Del Bolívar de la Guerra a Muerte al Bolívar de AngosturaTengo horror de las efemérides, y rehuyo en la medida de lo posible los discursos conmemorativos en la plaza Bolívar, con paseo cívico, escolares de uniforme muertos de fastidio bajo un sol asesino, y fanfarrias desafinadas; donde oradores ampulosos rememoraban "aquella pléyade de ínclitos varones que otrora emanciparan el ancestro de la ataraxia de tres siglos de coyunda" (que mis desocupados lectores no me pregunten con qué se come eso: yo tampoco lo sé). En algunos casos se me hace imposible evadir la invitación, pero, por fortuna, también hay otros en los cuales he recibido una agradable sorpresa. Una de las que recuerdo con mayor agrado se me dio en Upata, uno de esos cinco de julio. Porque me tocó hablar enfrente del monumento al Libertador. Y al revés de lo que sucede en casi todo el país, éste no es una suya estatua ecuestre sino pedestre. No del Bolívar guerrero sino del Bolívar ciudadano. En posición de firmes, cuatro soldados lo rodearon. El primado de lo civil La simbología no podía ser más clara: la fuerza armada de nuestros días mostrando su acatamiento al poder civil, esta vez encarnado en un Bolívar que no enarbolaba una espada sino blandía su más grande creación, la que hacía su gesta diferente de nuestras guerras civiles: una constitución. Es decir, no el Bolívar de la Guerra a Muerte, sino el Bolívar del Discurso de Angostura. Sin Angostura, la figura de Bolívar podía no haber pasado de ser la de un gran destructor, la de quien buscaba aniquilar (y de hecho lo hizo junto con Boves) "tres siglos de industria y de cultura". A los historiadores de hoy se les dificultaría, sin caer en maniqueísmos (los "buenos" que son los nuestros y los "malos" que son los otros), encontrar la diferencia entre el destructor monárquico y el destructor antimonárquico, con una evidentísima ventaja militar del asturiano sobre el caraqueño. Pero con Angostura, Bolívar revela otra faz de su rica personalidad, y emerge con genio su condición de constructor. De fundador de repúblicas. No de simples países independientes; no (todavía) de naciones, sino de repúblicas. Una distinción falaz Gracias a Angostura, los historiadores de hoy podemos comprender cuán falaz resulta la distinción entre "españoles" y "patriotas" en aquella guerra civil donde se peleaban venezolanos contra venezolanos. La distinción real es entre republicanos y monárquicos, entre "bravos partidarios" del rey de España, y partidarios del "bravo pueblo" republicano. No es entonces casual que, en estos días, al enfrentarse dos comandos para dirigir la campaña en el plebiscito de febrero, uno, el sectario militarista, se llame sólo "Simón Bolívar", mientras que el nacional civil se llama "Comando Angostura". Es decir, por un lado la nación concebida como la pertenencia de un hombre y sometida a una sola voluntad, y por el otro la nación entera para quien por encima de ese hombre está (como el mismo Libertador lo quiso al proponerla y redactarla) una regla suprema, una carta magna, una Constitución. Un Sermón de la Montaña Porque quiérase o no, por debilidad personal o social, lo primero conduce a un despotismo que aún si fuese muy ilustrado no dejaría por ello de ser eso: un despotismo que personaliza el poder e intenta perpetuarlo por las buenas o por las malas. Por eso, para evitar que ese desvío de la soberanía popular por la fuerza bruta o por el capricho del electorado puedan retornarnos a los oscuros tiempos de la tiranía unipersonal y perpetua, se estableció como principio cardinal de la república el principio alternativo. Un principio que, a partir de Angostura, tiene como base esa sabia advertencia del Libertador que los venezolanos (los latinoamericanos) para no hablar sino de ellos, no deberíamos dejar de repetir como el Padre Nuestro del Sermón de la Montaña de todo gobierno republicano: ..."nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía". La prueba de la historia Como quizás recuerden algunos, me he opuesto siempre a considerar a Bolívar un dios y a la suya palabra de Evangelio. Tampoco rehuyo la autocrítica ni reconocer cuando me contradigo. Pero este no es el caso: su palabra ha demostrado resistir la prueba de la realidad, del tiempo (y no digo que sea profética porque también me repugna esa palabra). No hay sino que echar una mirada somera a nuestra historia republicana. No hay sino que nombrar a José Tadeo Monagas, a Juan Vicente Gómez, a Marcos Pérez Jiménez. Ellos hicieron caso omiso de aquella advertencia del Libertador, y esa sordera voluntaria condujo a las peores formas posibles "de usurpación y de tiranía". Los tres eran generales, los primeros de montoneras, el último un militar de escuela. Pero como todos los gobiernos militares, han significado en nuestra historia dolor, silencio, humillación y muerte. Recordar todo eso, muestra cuán acertado ha sido bautizar, a quienes dirigen la campaña por el NO en el próximo plebiscito, con el nombre de "Comando Angostura". Porque así se está reanudando con lo mejor de nuestra historia, poniendo el acento en lo que diferencia a Bolívar de otros caudillos guerreros: su republicanismo partidario del sometimiento del poder militar al poder civil y de la alternatividad. En una palabra, el Bolívar ciudadano: su mejor herencia, su mayor brillo.
lunes, 19 de enero de 2009
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